Autora: María del Puerto Sánchez Alfonso
El diccionario constituye hoy día una herramienta básica en todos los campos del saber y un abanico casi infinito de tipos. El continuo manejo de esta obra hace que el usuario se convierta en un usuario experto, de manera que puede exprimir todas y cada una de las informaciones que el diccionario contiene. Sin embargo, un uso inadecuado o una poco acertada elección del diccionario consultado puede hacer que la búsqueda acabe frustrada y con ella también el usuario. Por eso resulta imprescindible conocer, al menos superficialmente, algunas clases de diccionarios para elegir aquel que se ajusta a cada circunstancia, necesidad o duda. Quizá en otra ocasión podamos hablar detalladamente alguno de estas cuestiones y seguir descubriendo lo que el diccionario esconde.
Introducción.
A todos nos ha pasado alguna vez. Alguien entra en una librería y, mientras espera su turno, merodea por los estantes. Comienza a buscar con la mirada inquieta el objeto de su visita. A ver dónde están. De repente, aparecen delante de sus ojos y se acerca a un expositor de esos que giran repleto de…diccionarios. Escolar, ilustrado, esencial. Da una vuelta al expositor. Básico, enciclopédico, de bolsillo. Una vuelta más. De uso, de sinónimos y antónimos. Una más. Inglés, francés, portugués, italiano, alemán, chino, japonés y hasta turco. Resopla y da varias vueltas al expositor para repasar lo que ha visto. Y decide ponerse en la cola, al fin y al cabo ha venido a eso. El librero le pregunta qué necesitas. Y él responde “un diccionario”. Y el señor repite “un diccionario”. Y entonces le dice que “de qué”. Y él que “de español”, por supuesto. “Pues échese un vistazo” dice al final. Pero seguir mirando no resuelve el problema. El dependiente se acerca de nuevo, quizá olfateando su angustia. Con suerte, le pregunta algunas cosas sobre lo que busca, le comenta las ventajas y desventajas de uno y otro y le aconseja sobre el que mejor se ajusta a sus necesidades. Con menos suerte, el precio acabará decidiendo la compra, sin tener en cuenta ninguna razón que tenga que ver con las posibilidades que el diccionario ofrece.
La adquisición de un diccionario resulta compleja para cualquier usuario, aun cuando se trate de un usuario acostumbrado a manejarlos. La situación se complica, pues, para los profanos en la materia. Si echamos la vista atrás, todos podemos acordarnos de la primera vez que nos dijeron en el colegio que necesitábamos uno. Nuestras madres, poco acostumbradas a lidiar con tales asuntos, acuden a la librería de siempre y piden un diccionario para el niño, que se lo han pedido en el cole, ya ves, un libro más. Y nos compraron uno que no hemos utilizado jamás. Un diccionario, sí, pero un diccionario que, por tener la letra grande y miles de dibujos y ejemplos, no nos cabía en la mochila. Un diccionario que, cuando fuimos más mayores y consultábamos en casa, nunca respondía a nuestras preguntas porque la definición de la palabra en cuestión era otra palabra que, o bien no aparecía como entrada o bien se definía con la palabra que buscábamos al principio. Un diccionario que, cuando éramos adolescentes tampoco nos servía porque las palabras “no venían” por ser muy elementales. En definitiva, un libro didáctico (porque no olvidemos que esa es la esencia del diccionario) del que no pudimos aprender nada.
Nuestras madres buscaron de nuevo la solución. Una enciclopedia. Sí, una enciclopedia, un diccionario que me ha dicho el señor que allí viene todo, busques lo que busques, que te vale hasta la universidad, que tiene muchas fotos, mira si vendrá que son veinte y ocho tomos, uno por cada letra, y todos los años un tomo más para actualizar. Pero, entones, ¿qué necesito?, ¿un diccionario o una enciclopedia?
Algunas ideas equivocadas.
Esto no hace más que corroborar el desconocimiento que la mayor parte de los usuarios tienen acerca del diccionario, y digo la mayor parte porque todos, absolutamente todos, hemos consultado alguna vez ese libro tan maravilloso, útil y necesario. La comprobación de que esto es así es bastante sencilla, pues en cualquier hogar podemos encontrar un diccionario, sea del tipo que sea. De hecho, algunos estudios confirman que en el 90% de los hogares en los que hay varios libros, uno de ellos es un diccionario.
Este hecho se encuentra, a su vez, ligado a la falsa creencia del hablante de que todo aquello que tiene que ver con nuestra lengua se encuentra recogido allí. Tanto es así, que incluso a los licenciados en filología se les toma como diccionarios andantes. ¿Quién no ha escuchado alguna vez aquello de “qué significa esto o lo otro”? Y, ante una negativa, la respuesta de “pues tú deberías saberlo ¿no?”. Todo ello responde sin duda al carácter de libro “universal” que el diccionario tiene para el hablante de a pie. En realidad, el diccionario es una herramienta imprescindible para manejar nuestra lengua, de manera que todos necesitamos utilizarlo.
Efectivamente, el diccionario contiene infinidad de respuestas, pero siempre que se busque en él la pregunta adecuada. Pues el diccionario total no existe. A pesar de su probable utilidad, el diccionario absoluto en el que podamos encontrar la solución a todas nuestras dudas no existe y, probablemente, no existirá. Sin embargo, el diccionario ofrece hoy día un abanico inmenso de probabilidades. Hay numerosos tipos y todos ellos enormemente útiles si nos acercamos a ellos buscando lo que nos pueden ofrecer. De lo contrario, nuestra búsqueda acabará evidentemente frustrada. Del mismo modo que no acudimos a la misma tienda para comprar diferentes productos, tampoco podemos consultar un mismo diccionario para cualquier duda. La solución es, simplemente, conocerlos, pues solo de ese modo sabremos qué diccionario consultar en cada momento. El problema, por tanto, es elegir el adecuado.
Para quienes están relacionados con el estudio, la docencia o la investigación, el diccionario supone un instrumento básico de consulta, sea la especialidad que sea. Incluso a aquellos a los que la lexicografía nos parece apasionante, tener diferentes diccionarios es, además de necesario por razones evidentes, casi una obsesión de coleccionista. Algunos se compran por el placer de tenerlos y ojearlos, aun sabiendo que su utilidad práctica en la actualidad es escasa, por no decir nula. Es el caso personal, por ejemplo, del Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Joan Coromines, que compré después de mucho buscarlo solo para leer aquellas etimologías tan poco acertadas y, a veces, disparatadas. Pero incluso de eso también se aprende, pues nos acerca a la técnica lexicográfica (no estoy ni siquiera segura de que pueda recibir tal calificación) de aquellos tiempos.
Sin embargo, es evidente que no todos los hablantes están tan preocupados por el uso escrito y oral de nuestra lengua como para disponer de varios ejemplares, por lo que no les resulta demasiado útil la solución propuesta. Y puesto que existen diferentes diccionarios para distintas circunstancias, esta no es una excepción. Pero en este punto encontramos otra falsa creencia de los hablantes, que consideran el diccionario académico como la flor y nata de los diccionarios. Incluso en ámbitos académicos, tradicionalmente se ha considerado el Diccionario de la Real Academia Española como el repertorio más completo, de manera que los diccionarios publicados eran meras reducciones de éste con el objeto de acercarse a todos los usuarios. Sin embargo, resulta evidente que un mismo diccionario no puede satisfacer las necesidades de cualquier usuario. El principio de que cada diccionario ofrece respuestas a un destinatario concreto ha llevado a una profunda reflexión en la lexicografía sobre los tipos de usuario y las necesidades de los mismos. El campo de los diccionarios didácticos está siendo especialmente fructífero en este aspecto.
Por supuesto, no podemos negar que el Diccionario de la Real Academia Española es una autoridad, ya que contiene la norma sobre el español hablado y escrito tanto en España como en Hispanoamérica. Pero es precisamente la norma la que hace que este diccionario no sea especialmente útil para quienes lo tienen en casa para consultar de vez en cuando, principalmente porque no encontrará algunas palabras utilizadas habitualmente por todos los hablantes en la vida cotidiana.
A este respecto, la Academia tiene un principio muy claro: toda aquella palabra que aún no haya arraigado en la lengua no puede incluirse. Y tiene su lógica. El léxico es el nivel de la lengua más permeable y susceptible de cambios, pues la lengua es una entidad viva, cambiante, si no, es una lengua muerta. Muchos de esos cambios tienen una vida muy corta en la lengua hablada por tratarse de “modas lingüísticas”, de modo que a veces no llegan a incluirse en los repertorios. La Real Academia exige un largo periodo de tiempo a las palabras para confirmar su generalización en el uso. Podemos decir que la Institución es reacia a la inclusión de determinadas palabras que obedecen a dichas modas.
Esto nos lleva a otra cuestión, y es que un mismo diccionario no puede servirnos eternamente. Así como acabamos de decir que algunos diccionarios como el académico no incluyen palabras que todos utilizamos con frecuencia en la actualidad, otros tampoco incluyen aquellas cuyo uso está desfasado. Ni uno ni otro resolverán nuestras dudas en la misma época. El diccionario es un espejo de la realidad presente, de modo que si un porcentaje altísimo de las consultas que los hablantes realizan en el diccionario tiene que ver con el significado de las palabras, este debe ser más o menos actualizado. De hecho, muchos autores insisten en la revisión de los diccionarios cada varios años por esta cuestión. Por suerte, hoy día contamos con algunos diccionarios importantes que contienen el léxico hablado actual.
Una difícil elección.
Resulta obvio, pues, que todos los diccionarios no son iguales. Y si no son iguales, no todos nos servirán ante las mismas consultas. El ejemplo más representativo de que un diccionario no nos servirá eternamente, es el de los estudiantes. ¿Acaso en todos los cursos de nuestra etapa educativa hemos utilizado los mismos libros de texto? ¿O hemos realizado las mismas lecturas y ejercicios? Del mismo modo que para aprender se necesitan diferentes estrategias de enseñanza-aprendizaje y recursos debido a la progresiva dificultad de los contenidos, también se necesitan diferentes diccionarios. Pues no olvidemos que el diccionario es una obra de carácter eminentemente didáctico.
Así, un estudiante de Primaria no puede (o no debe) utilizar el diccionario que usa un estudiante de Secundaria y éste, a su vez, no puede (o no debe) utilizar el que usa un estudiante de Bachillerato. Por supuesto, un estudiante universitario probablemente nunca necesitará consultar ninguno de los diccionarios anteriores. Cada etapa educativa responde a unos contenidos y a una madurez intelectual del alumno radicalmente diferentes. Podemos decir que el diccionario que corresponde a cada una de esas etapas es también diferente. Pues, por ejemplo, un alumno que curse primero de primaria no posee ni los conocimientos ni el vocabulario ni el manejo del diccionario, incluso, que un alumno que curse sexto. No imaginemos entonces si se trata de un nivel educativo superior. Esta distancia intelectual entre los cursos y los niveles educativos respecto al diccionario no atañe solo al léxico que contiene, si no también a otros elementos que conforman el diccionario pero que suelen ser menos valorados por los usuarios como el formato, la tipografía, los ejemplos, etc. Seguramente, un diccionario concebido para alumnos de Bachillerato será de tamaño reducido, tendrá la letra pequeña, los artículos serán extensos y los ejemplos complejos, mientras que un diccionario dirigido a alumnos de Primaria será de tamaño grande, la letra pequeña, los artículos cortos y los ejemplos simples.
Aprovechando la campaña del inicio del curso escolar he visitado una gran superficie para echar un vistazo a los diccionarios. Me llamaron la atención, concretamente, dos diccionarios de Anaya Vox (la mayoría eran de editoriales de libros de texto): el Diccionario de Primaria y el Diccionario de Secundaria, pues llevaban en portada dos aclaraciones que me impactaron, “diccionario para aprender a usar el diccionario” y “diccionario para aprender los recursos expresivos”. Me parece, sin duda, la mejor ejemplificación sobre este aspecto.
El diccionario es, por tanto, una obra de consulta con finalidad pedagógico-práctica. Cualquier diccionario está concebido para resolver dudas. Sin embargo, esas dudad pueden ser muy diversas, de modo que un mismo diccionario no puede resolverlas todas. El hecho de resolver dudas supone un criterio importante para evaluar la calidad de los diccionarios y la naturaleza de la duda lo que determina el tipo de diccionario. La mayoría de las veces que un usuario se acerca al diccionario lo hace para resolver dudas sobre el significado de una palabra o sobre su significante, es decir, para conocer qué significa y cómo se escribe. De modo que sirve para la codificación y descodificación de mensajes.
Antes aludíamos a la necesidad de conocer los diccionarios para elegir la opción que más se ajuste a las necesidades. Pues bien, esa información la presentan cada uno de los diccionarios en sus páginas preeliminares, donde el autor o autores exponen los criterios lexicográficos que han adoptado en la elaboración del mismo.
Un producto comercial.
Debido al auge del estudio de idiomas en las últimas décadas y, especialmente en los últimos años, el diccionario se ha convertido en el producto “estrella” de las librerías. De hecho, no hay ninguna que resista la tentación de colocar el último diccionario publicado en sus escaparates. Aprovechando, claro, para mostrar todos los diccionarios que el cliente puede encontrar dentro. Y no solo eso. El incremento de viajes al extranjero sobre todo en la clase media, que carece de una segunda lengua, hace que el diccionario sea uno de los libros en la lista de “los más vendidos” en los centros comerciales y grandes superficies. ¿A quién se le ha ocurrido hacer un ranking con los libros que más se venden a modo del “top ten” que hacen las emisoras de radio con las canciones más escuchadas? Todo esto nos da idea de la dimensión comercial que el diccionario posee en nuestros tiempos.
Así, es fácil encontrar en la red páginas web de las diferentes editoriales que publican diccionarios. He consultado las de SM y VOX, por ser dos de las más conocidas por el público en general y reconocidos por su calidad. Basta con poner en el buscador “diccionarios español” para encontrar infinidad de direcciones sobre el tema.
En www.smdiccionarios.com encontramos el catálogo de diccionarios de la editorial, además de varios enlaces a noticias, actividades interactivas, versiones on line, etc. Si pinchamos en “catálogo” se despliega un menú con los diccionarios organizados en diccionarios para adultos y diccionarios escolares. Estos últimos, a su vez, están clasificados en infantiles, primaria y secundaria, lo cual corrobora la idea de que el diccionario también tiene sus etapas de uso, que cualquier diccionario no es útil en todas las situaciones ni en todas las cuestiones ni en todos los usuarios. Cada diccionario está acompañado de una breve pero concisa descripción de sus características y contenidos, información relevante para elegir adecuadamente el diccionario que necesitamos. Además, si pinchamos en uno de los iconos correspondiente a los diferentes diccionarios, podemos conocer el ISBN y el precio, que interesa bastante al usuario, como comprobaremos más adelante.
Para los adultos presentan diccionarios de español para extranjeros y diccionarios combinatorios del español contemporáneo, donde se aclara que contienen una importante carga teórica, dato importante de modo que el usuario puede decidir antes de comprar si dispone de los conocimientos suficientes para manejarlo. En el caso de los diccionarios escolares encontramos numerosos diccionarios infantiles en imágenes que contienen ilustraciones, adivinanzas, juegos y preguntas, muy apropiado para el inicio de la escolarización. En cuanto a los diccionarios dirigidos a Primaria y Secundaria, la oferta es extensa, desde diccionarios de sinónimos y antónimos hasta diccionarios de latín y de valenciano, pasando por los habituales diccionarios bilingües y los diccionarios de lengua española. Son éstos los que llaman poderosamente la atención, pues están divididos en diferentes etapas, algo poco común y enormemente útil. Así, existe un diccionario “básico”, “intermedio” y “avanzado”.
En www.vox.es sorprende el número de lenguas en que publican diccionarios, concretamente trece, algo que también confirma la importancia que actualmente tiene el estudio de otras lenguas. Resulta igualmente curioso que varias de esas lenguas sean lenguas cooficiales con el español en nuestro país, aspecto que revela también el creciente interés de las nuevas generaciones por aprender las lenguas autóctonas. Si pinchamos en el enlace de los diccionarios de español encontramos también la clasificación de los diccionarios escolares en diccionario para Primaria y diccionario para Secundaria y Bachillerato. En resumen, me parece una buena organización de las distintas necesidades de los alumnos a lo largo de todos los años que dura su aprendizaje.
No cabe duda que el diccionario es una obra de consulta que, para que llegue a nuestras manos, debe haberse comprado, de modo que antes un autor o autores lo han elaborado, una editorial lo ha publicado y un comercio nos lo ha vendido. Nadie duda tampoco que cualquiera de esos eslabones constituye un negocio y, como tal, debe obtener unos beneficios. La cuestión estriba en el uso que algunas editoriales hacen de su negocio, ofreciendo en algunos casos, repito, en algunos casos, diccionarios elaborados mediante la dificilísima “técnica” de resumir o acortar otro diccionario, de modo que la calidad del resultado puede imaginarse.
Esta afición al “corta y pega” se produce a menudo en los diccionarios de bolsillo, que por su reducido tamaño y su no tan reducido precio no son elaborados cuidadosamente. Contrariamente a lo que dicta la lógica, algunos de estos libros no se construyen teniendo en cuenta que precisamente por disponer de un espacio pequeño debe incluirse información precisa y relevante para ayudar al usuario. También he detectado este fenómeno en los diccionarios de idiomas, por decir algo, que pueden encontrarse en grandes superficies cerca de las cajas o incluso en bazares de todo a un euro. Se trata de ejemplares de pocas páginas en las que intuyo, de nuevo por decir algo, que pretenden ayudar a quienes viajan a otro país a comunicarse en cuatro palabras. Son más bien un híbrido entre folleto de vacaciones y no sé que más. Su estructura es extremadamente sencilla: preguntas y expresiones en español y sus correspondientes en la lengua que sea. Evidentemente no ayudan mucho al aprendizaje de una lengua a nivel comunicativo, entre otras cosas porque no informan de su pronunciación.
Un caso concreto: el diccionario escolar.
El diccionario es una herramienta enormemente valiosa tanto para el alumno como para el docente. Posee numerosas ventajas educativas y numerosas posibilidades para la enseñanza. Por eso, es imprescindible que los profesores conozcan todo aquello que tiene que ver con el diccionario con el objetivo de sacarle el mayor partido en las aulas y aconsejar a los alumnos sobre cuál deben utilizar en cada momento.
Aunque todo diccionario tiene una finalidad pedagógica, en tanto en cuanto enseñan y proporcionan información sobre el significado y el uso de las palabras, hay un tipo de diccionario que recibe especialmente la denominación de pedagógico: el diccionario escolar. Este diccionario esta dirigido a estudiantes de una lengua, ya sea nativa o extranjera. En el primer caso, se trata de diccionarios monolingües, donde se encuadran los llamados diccionarios infantiles y escolares, y, en el segundo caso, se trata de diccionarios bilingües, donde encontramos los diccionarios destinados a la enseñanza a extranjeros.
Entre los rasgos específicos de los nuevos diccionarios didácticos del español cabe señalar que en ambos tipos de obras destaca la preocupación por seleccionar de manera adecuada la nomenclatura apropiada al tipo de usuario previsto para cada diccionario y la redacción de las definiciones comprensibles según el grado de conocimientos lingüísticos de los destinatarios.
Para la caracterización de los diccionarios didácticos es necesario tener en cuenta varios criterios. Criterios que, además, nos ayudarán a elegir el diccionario más adecuado. En primer lugar, el destinatario al que van dirigidos, ya que pueden ser hablantes en fase de adquisición de su lengua materna (diccionarios escolares) o hablantes en fase de aprendizaje de una segunda lengua (diccionarios de ELE). Otro aspecto es la finalidad, pues son obras pensadas para ayudar al hablante a codificar y decodificar mensajes lingüísticos. Escasa importancia suele concederse a la macroestructura del diccionario por parte del usuario, muy importante porque debe contener un número de palabras adecuado al nivel de conocimientos de la lengua que se le presupone al destinatario. La macroestructura puede contener elementos cada vez más demandados como las ilustraciones, que siempre deben servir para completar o aclarar la información, y los apéndices y cuadros gramaticales. También suele pasar desapercibido para el usuario todo lo relativo a la microestructura. Los artículos lexicográficos deben contener definiciones claras y sencillas (elaboradas con un léxico que debe figurar en el repertorio), ampliación paradigmática (esto es, deben incluir sinónimos, antónimos y familias de palabras), indicaciones sintagmáticas (es decir, notas de uso sobre las preposiciones, las valencias verbales, la fraseología, etc), información pragmáticas (o sea, indicaciones de estilo) y ejemplos (frases en un contexto).
A estas características pueden sumarse otras que veremos, entre ellas la información sobre la pronunciación de las palabras en el caso de los diccionarios para el aprendizaje de una segunda lengua. En español las transcripciones solo parecen necesarias para la pronunciación de extranjerismos. Por supuesto, algunas de estas características se encuentran también en diccionarios destinados a usuarios con un buen nivel de conocimiento de la lengua, es el caso de los diccionarios generales de uso.
Como ya hemos adelantado, en los diccionarios elaborados con una finalidad didáctica el diseño de la macroestructura y la microestructura debe realizarse teniendo en cuenta el destinatario. La necesidad de elaborar obras lexicográficas adecuadas a las distintas necesidades de consulta de los usuarios surgió en nuestro país de forma tardía. Las primeras publicaciones tenían un evidente carácter escolar. Sin embargo, la mayoría de los diccionarios que se vendían como escolares no eran tales porque no se elaboraban con esta finalidad sino que eran meros resúmenes o, mejor dicho, acortaciones de repertorios más extensos, por lo que su calidad era muy baja. Pero este hecho, bastante reprochable, por cierto, llega incluso a aquella autoridad de la que hablaba al principio, ya que la Academia tiene su propio diccionario escolar, mera simplificación del Diccionario de la Real Academia Española. Quizá en otra ocasión podamos dedicarnos a examinar el modo en que se hizo el “corta y pega” del diccionario general. Menos mal que hacia los años 90 comenzaron a publicarse diccionarios didácticos escolares siguiendo un modelo riguroso, librándonos así del desolador panorama anterior.
A pesar de esa finalidad didáctica del diccionario escolar, los diccionarios monolingües especialmente contienen dos problemas importantes y muy conocidos en el ámbito de la lexicografía. Problemas que cualquier usuario ha experimentado en alguna ocasión, con la consiguiente frustración que eso conlleva: los círculos viciosos y las pistas perdidas. Se trata de dos problemas que afectan a la definición de la palabra, es decir, al nivel de la metalengua. Y se producen, principalmente, porque al usuario se le presuponen ciertos conocimientos sobre su lengua nativa, por lo que se suprimen o se resumen determinadas explicaciones. Sin embargo, apelar a la competencia lingüística del hablante no justifica las deficiencias que, a este respecto, muchos diccionarios presentan. Si bien hay que decir también que no siempre plantean dificultades en la comprensión de la definición.
El círculo vicioso se caracteriza por definir una palabra con otra y esta a su vez estar definida por la primera, es decir, un elemento A como B y el elemento B como A. La circularidad de las definiciones suponen para muchos usuarios un atolladero del que resulta difícil salir, pues no hay posibilidad de solución a la duda si no se conoce A o B. En el caso de que el usuario conozca alguno de los elementos, no existe tal problema, pues no se bloquea las posibilidades informativas. Pero, ¿podemos dar por hecho que el hablante tendrá conocimientos suficientes para que su búsqueda no sea infructuosa?. Rotundamente no. Sin embargo, la cuestión va mas allá. El diccionario debe ser autosuficiente, es decir, todas sus palabras deben estar definidas con palabras que a su vez se encuentren definidas en el repertorio. Dicho de otro modo, la definición no puede estar formada por palabras que no constituyan una entrada en el diccionario.
Si bien esto es cierto, también es cierto que la circularidad puede aparecer por la naturaleza misma del diccionario, ya que si éste es un conjunto finito de palabras, alguna de ellas o queda indefinida o se definirá circularmente. Este fenómeno se conoce como pistas perdidas. Este “defecto” de algunos diccionarios afecta al principio de transparencia de las definiciones, según el cual, estas deben estar redactadas de forma clara y sencilla, y utilizando únicamente palabras que estén definidas en el repertorio. Dicho de otro modo, impide que el diccionario sea autosuficiente ya que alguna palabra queda sin definir. Ocurre muy a menudo, por ejemplo, con los gentilicios y los adjetivos relacionales, pues siempre remiten a un nombre propio que, por razones obvias, no aparece en la nomenclatura del diccionario. La existencia o no de este fenómeno es discutible, ya que se trata de elementos claramente enciclopédicos que por serlo no tienen por qué estar recogidos en un diccionario de lengua. Los nombres propios quedan fuera del léxico porque no están relacionados con un referente lingüístico sino con una realidad. La misión del lexicógrafo es informar sobre el significado de las palabras. Por lo tanto, su misión acaba donde empieza la del filósofo, historiador, científico, etc.
Sin embargo, es necesario que las lagunas que dejan los gentilicios y adjetivos relacionales deben ser rellenadas con información “extra”. Para ello, la lexicografía actual cuenta con un híbrido: el diccionario enciclopédico. Se trata de un producto mixto, que combina las características del diccionario y la enciclopedia. Algunos diccionarios enciclopédicos separan dentro del artículo lexicográfico la información lingüística y la información enciclopédica. Otros, en cambio, las mezclan con mayor o menor acierto. En cualquier caso, puede ser una buena opción para los estudiantes, siempre y cuando, claro, se escoja uno de calidad.
Nuevos elementos importantes.
Durante mucho tiempo, la macroestructura y la microestructura del diccionario, es decir, aspectos tales como la lematización, las definiciones, la separación de acepciones, la polisemia y la homonimia o las marcas ocupaban el centro de atención para valorar un diccionario. En los últimos tiempos, la lexicografía comienza a dar importancia a otros aspectos del diccionario que atañen a la apariencia o, mejor dicho, a la presentación del diccionario como la tipografía, el formato, el soporte, etc. Todos ellos, aspectos relevantes a la hora de elegir un diccionario, de lo cual se deduce que esos elementos serán distintos en función del carácter del diccionario y del usuario al que esté destinado.
El soporte constituye el primer elemento de importancia, pues cualquiera de las dos posibilidades existentes determinan la configuración del diccionario, lo cual nos da idea de que no se trata de un elemento trivial. Por una parte, encontramos el diccionario tradicional, esto es, el que todos conocemos en soporte papel, el que tiene forma de libro. Por otra parte, tenemos el diccionario en formato electrónico, que ofrece numerosas posibilidades de uso, pues permite búsquedas más rápidas, por una determinada marca, referencias cruzadas, estadísticas, etc, que no son posibles en el formato papel. Se trata de un soporte muy útil, por lo que es cada día más demandado por autores y usuarios.
La tipografía obedece sin duda a los fines y a la naturaleza del diccionario en cuestión, y está muy relacionado con la extensión y el volumen de la obra. Es evidente que los diccionarios de tamaño reducido, como es el caso de los diccionarios de bolsillo, deberán ajustar el tamaño de la letra al espacio de que disponen. Del mismo modo, un diccionario enciclopédico, por ejemplo, utilizará un tamaño de letra mediano debido a que se trata de una obra extensa, en muchos casos editada en varios volúmenes, y a que hace más fácil la lectura, ya que sus artículos también suelen ser más extensos. En el caso de los diccionarios escolares, el tamaño de la letra será notablemente más grande, dado que se trata de una obra destinada a usuarios de corta edad que necesitan determinadas facilidades de lectura.
Por lo que respecta a la tipografía en sí, la elección de los tipos de letra no es arbitraria, sino que responde a unos fines de claridad en la presentación de los artículos. La utilización de un único tipo de letra resultaría poco útil para el usuario; mientras que el empleo de varios tipos de letra da cuenta de la estructura de los artículos, haciendo evidente cuál es el lema, cuáles son las acepciones, cuáles son los ejemplos, cuáles son las remisiones, etc. Es decir, que aportan una información extra al usuario, de modo que podemos afirmar que se trata de un elemento igualmente importante.
Los ejemplos resultan muy útiles para cualquier usuario, tanto que prácticamente ningún diccionario renuncia a ellos. Los más habituales son aquellos que ejemplifican el uso de una palabra, determinada acepción, construcciones sintácticas, locuciones, modismos, refranes, frases hechas, expresiones fijas, etc. Se trata, sin duda, de uno de los elementos más apreciados por los usuarios.
Los ejemplos gráficos como ilustraciones, dibujos, mapas o tablas tienen su importancia dentro del diccionario, ya que también aportan información. Sin embargo, no hay que perder de vista su pertinencia, pues mal empleados suponen un desperdicio precioso de espacio. Sin duda, estos elementos son más o menos abundantes según el tipo de diccionario. Es evidente que en los diccionarios escolares aparecen a menudo, pues ayudan al alumno a comprender visualmente el significado de las palabras, además de suponer un atractivo indudable para ese tipo de usuario. En las enciclopedias también abundan, aunque son mucho más complejos, ya que se emplean en aquellos casos en los que se hace cierto aquello de “una imagen vale más que mil palabras”.
Por último, un aspecto que quizás no parezca a priori de mucha importancia es el tipo de papel utilizado en la elaboración del diccionario e incluso el material de las pastas. Esto cobra suma importancia, por ejemplo, en los diccionarios escolares, donde el material utilizado en las cubiertas suele ser plástico flexible, pues aligera su peso, ya que es posible que los alumnos deban transportarlo hasta la escuela, y además, tarda más en deteriorase debido al plastificado. Cuestiones prácticas más que teóricas pero que resultan importantes a la hora de decidir utilizar un diccionario u otro. Esto demuestra que un detalle irrelevante puede tener más importancia de lo que a primera vista parece.
Elegir bien.
Hace algunos años, un diccionario era valorado por el usuario en función del número de palabras que incluyese. Aquí tienen que ver mucho, como ya hemos dicho, las editoriales, que colocan como reclamo frases del tipo “más de tantas palabras”, “no sé cuántos mil ejemplos”, “millones de dibujos”, y otras por el estilo. Al consumidor no le queda otra opción. Y lo compra. Lo compra sin pensar si la cantidad de palabras que se le ha metido por el ojo son palabras de uso o arcaísmos, si pertenecen al registro estándar o si son tecnicismos; en definitiva, sin saber si es el diccionario que verdaderamente necesita consultar.
Actualmente, ya hemos aludido a ello, la crítica lexicográfica ha puesto de relieve la importancia de algunos elementos que deberían tenerse en cuenta a la hora de valorar un diccionario. El peso y el tamaño del libro son dos factores fundamentales cuando se trata de escoger un diccionario escolar, ya que puede tener que ser llevado del aula a casa y viceversa. La presentación, en uno o varios tomos, también tiene su importancia, pues la búsqueda puede complicarse si hay que consultar varios tomos. La encuadernación suele ser algo en lo que nunca se repara pero ¿quién no ha tenido que colocar bolígrafos, gafas, pisapapeles y hasta los objetos más insospechados para conseguir que el diccionario se quede abierto por la página que queremos consultar sin que haya que sujetarlo? Esta pintoresca cuestión es suficiente para elegir un diccionario que pueda abrirse completamente por cualquier página. El tipo de papel también es fundamental. Algunas editoriales utilizan en sus obras un papel fino que a ellos les supone la posibilidad de incluir más palabras pero que al usuario puede perjudicarle porque pueden romperse o despegarse las páginas. El papel debe ser resistente y de buena calidad aunque aquí topamos con otra cuestión, el precio, pues esto puede encarecer el producto.
Por supuesto, las características externas o físicas del diccionario deben ir acompañadas de otros requisitos que aporten la calidad lexicográfica, a modo de resumen, el corpus, la calidad de las definiciones, la presencia o no de ejemplos de uso, la información sobre cuestiones gramaticales, la actualización del repertorio y la inclusión o no de palabras y acepciones que aún no han sido aceptadas por la Academia. Me atrevo a apuntar un último factor para la valoración de un diccionario, la ideología subyacente en él, ya que muchas palabras del léxico que todos usamos contienen un elevado grado de relevancia ideológica como pueden ser aquellas relacionadas con la religión, la política o la sexualidad. Aunque es imposible que un diccionario sea neutral, al menos podemos exigirle que sea tolerante y respetuoso.
Una pequeña prueba.
El artículo comenzaba poniendo de relieve el desconocimiento y la desorientación que muchas usuarios tienen respecto al diccionario y cuestionando si los criterios que utilizan para elegirlo son acertados. A continuación expongo el resultado de una pequeña encuesta que personalmente realicé a 93 padres de un centro escolar de Primaria con el único objetivo de comprobar rápidamente algunas ideas.
El 73% de los padres que han comprado alguna vez un diccionario son mujeres, de las cuales el 81% tienen estudios primarios, el 11% estudios de bachiller y solo un 8% estudios universitarios. El resto son hombres y el 100% tiene solo estudios primarios. Todos tienen edades comprendidas entre los 23 y 42 años, dato importante, ya que se trata de una franja de edad joven, de modo que pueden estar actualizados.
La mayoría de los padres, concretamente el 67% compró por primera vez un diccionario en el cuarto curso de Primaria, el 19% en el quinto curso y el 12% en el sexto y el resto en otros cursos. Se deduce a simple vista la idea de que el diccionario no es para los más pequeños; sin embargo, tiene muchas utilidades incluso para las edades más tempranas.
Aquí entra en juego el papel del profesorado, ya que el 56% de los padres lo compró porque lo recomendó el profesor, el 23% porque lo pedían en la lista de los libros de texto, el 17% porque lo consideró oportuno y el resto porque fue necesario en un momento concreto. De ahí la importancia de que los profesores conozcan las utilidades del diccionario y potencien su uso en los alumnos. Interesante resulta también que el 96% de los padres hayan comprado diccionarios tanto de inglés como de español, lo cual quiere decir que los profesores consideran importante su uso también para el aprendizaje de la lengua materna.
A pesar de que la mayoría de los padres no ha comprado un diccionario por iniciativa propia, algunos reconocen haberse decantado por un diccionario distinto al marcado por el profesor por razones dudosas. Así, solo el 26% de los padres compró el recomendado. El 34% compró otro porque se lo dijo el dependiente, el 27% porque tenía muchos ejemplos y dibujos y el 13% restante porque era el más barato. El 82% considera que el precio fue caro frente al resto que considera que pagaron un precio razonable. Sorprende que casi el 25% pagase menos de 10 euros por el diccionario. Aquí nos encontramos con un obstáculo difícil de sortear. Los padres no tienen conciencia de la importancia del diccionario, por lo que compran cualquier ejemplar en función del dinero o aspectos como la inclusión de dibujos. El hecho de que casi todos crean que han pagado mucho por él evidencia que no conocen verdaderamente la función del diccionario en el aprendizaje, de lo contrario no pensarían que un libro tan duradero y valioso es una mala inversión.
Ese pensamiento tiene que ver con las siguientes cuestiones. El 72% reconoce que sus hijos no usan el diccionario en casa para hacer deberes y el 28% restante que sí lo usa afirma que en numerosas ocasiones el diccionario no resuelve las dudas de sus hijos, casi siempre porque no viene la palabra buscada o porque las definiciones son difíciles de comprender. El motivo no es otro que una mala elección, pues ya hemos visto que la mayoría de los padres no compró el diccionario recomendado por el centro o por los profesores. Es la mejor muestra de la necesidad de acertar en la elección.
Conclusiones.
El presente artículo no pretendía hacer un estudio exhaustivo del diccionario, algo evidentemente imposible en tan pocas páginas. Tampoco escribir sobre lo ya escrito sino dar cabida a pequeñas cuestiones, de modo que resultase ameno y quién sabe si interesante. A lo largo del mismo hemos analizado distintos aspectos relacionados con el diccionario. Así, hemos intentado exponer determinados mitos y algunas ideas erróneas acerca de él, recalcar su carácter didáctico y la importancia de elegir uno adecuado a las necesidades, mostrar su creciente relevancia como producto de mercado, analizar el caso concreto del diccionario escolar haciendo hincapié en su utilidad para el aprendizaje y también en sus defectos, citar nuevos elementos a tener en cuenta y establecer algunos criterios para valorar el diccionario.
Bibliografía.
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